El extraño caso de Stevenson, Jekyll y Hyde - Claudio Spivak
Debemos a R. L. Stevenson la escritura de “Dr. Jekyll y Mr. Hyde”. Fanny, su esposa, no dejó de señalar la proeza realizada por el autor. Su marido, un hombre enfermo, había obtenido el primer borrador del libro luego de una extensa jornada de trabajo… de seis días.
Años más tarde Samuel Lloyd Osborne, hijo adoptivo y albacea del autor, reveló el supuesto secreto de tal proeza: para tan ardua producción Stevenson se había valido del uso de cocaína.
Más cerca en el tiempo, una investigación del biógrafo Nicolás Rankin trae novedades. Rankin afirma que Stevenson no conocería la sal de la cocaína hasta algunos años después de la publicación del libro. Y de hecho la pensó y utilizó como remedio para sus constantes resfríos. En esto, sin embargo, no descarta que durante la escritura se haya consumido vino de cocaína, afamado por aquellos tiempos. Agrega que Stevenson acostumbraba a vivir rodeado de frascos medicinales, algunos con componentes psicotrópicos, como el láudano. También la ergotamina, parásito del centeno, del que más tarde se derivó el LSD.
Acaso más interesante para nosotros sea otra afirmación de su hijo adoptivo. Según reveló, en el origen del libro se encontraba una pesadilla. Ésta quizá pueda leerse en la novela y guarde relación con una herida narcisista indicada por Freud: el Dr. Jekyll descubre que la unidad del yo es ilusoria y que, hasta donde pudo investigar, por lo menos somos dos y quizá muchos… a los que desconocemos.
Nota sobre Stevenson y el otro - Laura Salino
Preocupado ya por el ser humano como entidad disociada en (al menos) dos, Stevenson narra así el origen de la historia de Jeckyll y Hyde: “Lo que soñé fue que un hombre se ve obligado a entrar en un armario e ingiere una droga que lo transforma en otro ser. Me desperté y comprendí inmediatamente que había encontrado el eslabón perdido que andaba buscando desde hacía mucho tiempo, y antes de irme a la cama tenía muy claro casi todos los detalles de la trama”.
En tiempos donde estamos más acostumbrados a las salidas de los armarios, no deja de sorprender esta fuerza que obliga al ser humano a entrar en armarios donde se encuentra mirándose en el espejo donde no se reconoce.
Abundan en la literatura (y el cine supo libar dichas mieles) estos encuentros cercanos con algún tipo que tiene algo de mí, pero no soy yo. Max Ernst hace preguntarse a la protagonista de una novela ilustrada: “¿Soy yo o mi hermana?”.
Aunque en el caso de Stevenson, el extraño mundo de Jeckyll y Hyde se ha comido la atención de los lectores, no es el único relato cuyo origen se encuentra en un sueño y en esa división que el sueño presenta: del mismo modo, Olalla ofrece una mirada donde la belleza del escenario natural contrasta con la ruina de la antigua casa solariega como referencia a la degeneración que viene de la mano de la herencia (que cuando repetimos sin saber nos cuesta tanto), y que tanto alimentó las ficciones de Borges.